La recién electa nueva dirigencia de Morena y su Consejo político quedó sorpresivamente integrada por dos bastiones que antaño se imponían irreconciliables y que hogaño no sabemos qué tan unidos enfrentarán las batallas electorales por venir.
Para los que tienen muy corta la memoria histórica, basta recordar que el ex diputado petista, luego morenista y después independiente y actual regidor del municipio de la Villa, Guillermo Toscano Reyes, fue un disidente de la actual gobernadora Indira Vizcaíno (sus ánimos estaban en Claudia Yañez) y un enemigo acérrimo del ex consejero político de Morena, Vladimir Parra, a quien ahora releva gracias sin duda al apoyo del dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, quien le ha abierto el paso para ocupar una posición clave en la nomenclatura partidista del mencionado instituto político, quizá en pago a todo el apoyo (porras incluidas) que Guillermo Toscano le brindó cuando aquel luchaba por ala dirigencia nacional, en aquel tiempo en que Vladimir Parra (y quizá también la actual gobernadora, aunque no lo manifestara abiertamente) apoyaba abiertamente a Bertha Luján.
La llegada de Guillermo Toscano al Consejo Político de Morena se polariza con respecto a la llegada de Julio León, quien, contrario a Guillermo Toscano, es un hombre de todas las confianzas de la gobernadora y quien dejó la delegación federal de Programas para el Desarrollo con el fin de cumplir con este nuevo encargo, habiendo sido antes coordinador de campaña de la actual gobernadora en el segundo distrito, de Manzanillo.
Aunque en la propia dirigencia se encuentra el propio padre de la gobernadora Vizcaino Silva y otros miembros más identificados plenamente con ella, no se sabe muy bien el rol que Guillermo Toscano, un poco el caballo de troya de este reacomodo en la dirigencia partidista, vaya a cumplir en los próximos procesos electorales, pues aunque Toscano Reyes supo condescender muy a tiempo con la mandataria estatal, su historial de traiciones al interior de los diferentes grupúsculos partidistas es tan visible que bien podrían volver a repetirse, sobre todo cuando la mandataria estatal, en virtud del natural desgaste de su gestión, empiece a perder la fuerza que se tiene en los primeros años de gobierno.
Nada está escrito ni para bien ni para mal en el futuro de un partido político o de una entidad política, pero lo cierto es que el Morena colimense ha sido un partido que ha recrudecido su fragmentación y que no sabemos ahora, por ejemplo, qué harán con los diferentes grupos que lo atomizan, por ejemplo el conformado por los Yáñez mismos, o el que alienta la presidenta municipal de Manzanillo, o el que alienta la senadora Griselda Valencia, etcétera, etcétera, algunos de los cuales están crispados por la forma en que se llevó la pasada elección de la dirigencia.
Esta es la polarización que los morenistas de la entidad, a la cabeza la gobernadora, su máxima líder moral, tendrán que cuidar para evitar que el proyecto de este instituto político no se desabarranque antes de haber siquiera logrado establecer un legado en nuestra entidad de verdadera transformación.
Veremos qué va a pasar en el futuro inmediato con esta nueva reorganización de su dirigencia y de qué forma van a conseguir reconciliar lo que, de entrada, se impone irreconciliable.