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Ser invisible. Una posibilidad explorada en la literatura, H.G. Wells escribió el libro El hombre invisible en 1897; de ahí se han escrito más títulos.
En el cine, no se diga. Desde una película muda francesa de 1909 hasta la dirigida por Leigh Whannell en el 2020. Hasta Harry, el mago, tuvo su artilugio de invisibilidad.
El poder que otorga la invisibilidad para traspasar fronteras más allá de cualquier ética.
Pero también, el ser invisible para las demás personas señala desigualdades marcadas por marginación racial o de otra índole. Estigmatiza.
Recientemente, por ejemplo, en el documental de la UNAM a 40 años del sismo de 1985 —entre escombros y ondas—, se hace referencia a que para los dueños de los edificios de las fábricas colapsados eran-fueron más importantes las máquinas, telares, que las propias costureras atrapadas entre escombros.
La invisibilidad social, aquella que niega la existencia de otras personas por todo tipo de prejuicios. Bueno, ni siquiera se les da el trato de personas. Lo que Miranda Fricker denomina injusticia epistémica testimonial: desacreditar al otro, a la otra, por prejuicios de identidad. No darle valor a su palabra, a su testimonio, a sus experiencias. Relegarlos a la marginalidad.
Desde estas perspectivas, también muchas de las distintas audiencias viven en esa invisibilidad testimonial. Meramente sujetos de consumo, de lo que se vende, de lo que se publicita, sin canales efectivos de vinculación con sus medios, donde se atiendan sus demandas y necesidades, en los cuales se respeten sus derechos como tales, como audiencias.
Invisibilidad de quienes contratamos un servicio y nos convertimos en clientes invisibles de esos corporativos. Pero si quieres presentar una queja, levantar un reporte, hacer una aclaración te espera el laberinto de las opciones con respuestas “robotizadas” que no llevan a ninguna solución. Pero, si quieres contratar sus servicios, inmediatamente está la atención, porque implica ingresos.
La discriminación como práctica cotidiana de hacer menos, no considerar personas a quienes se considera no tiene los “atributos” necesarios. En el 2022 casi 1 de cada 4 personas en México de 18 años y más manifestó haber sido discriminada (INEGI, 2022).
Vale hacernos algunos cuestionamientos a este respecto. ¿Es posible reconstruir esta sociedad que vive una violencia estructural? ¿Existen otras formas de relacionarnos que disminuya la creciente y explosiva polarización? ¿Cómo y hacia dónde caminar? No es negando la existencia de otras personas que considero diferentes como podremos lograr una convivencia más armónica. Es respetando a las personas como tales, aun que piensen distinto a mí.
El entorno inmediato es nuestro primer nivel de cambio de actitudes. Además de las posturas con luchas legítimas allende las fronteras, tenemos que ejercer esa vida en común que considere otras posturas, otras formas de entender. Buscar que a todas y todos se les tome en cuenta.
Parafraseando una canción de Luis Eduardo Aute: nos(me) va la vida en ello.