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Recordando a +Angelita

mujer que vivió ente siglos y sin prisa

Nuestra vida es finita. No podemos hacer todo lo que queremos, entre otras limitaciones, por el tiempo del que disponemos.

A pesar de ello o precisamente por ello, corremos; la prisa es un distintivo de esta sociedad nuestra. Como el conejo de Alicia, siempre impaciente, con el reloj en mano. Hoy, ese reloj mutó en celular.

Así, en esa dinámica de fórmula uno, la inmediatez se vuelve una exigencia: primero antes que todas y todos; esto en la casa y la oficina -como aquel comercial que no será recordado por las nuevas generaciones, como yo no entiendo muchas de las cosas de las juventudes-, en el aula, calles, avenidas y carreteras, los espacios de socialización; no se diga en los medios de comunicación, también hay que llegar primero.

Causa de esta aceleración es -dicen- el estrés, signo de nuestros tiempos. Lo anterior -siguen diciendo- genera ansiedad, depresión.

La Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (INEGI, 2021), entre otros datos señala que, en una escala de 0 a 10, el promedio de las personas de 18 años y más en el país que sintieron que no podían quitarse la tristeza de encima todo el tiempo o la mayoría del tiempo fue de 6.9, el mismo dato para hombres como para mujeres. Definitivamente, pienso, no es así como queremos transitar por este mundo.

Ejemplos hay muchos. Como aquellos que, a 10 autos de distancia en el semáforo, en cuanto se pone en verde ya están sonando el claxon; o quienes se pasan los altos, zigzaguean, rebasan, echan los vehículos encima, sin importar límites de velocidad, reductores, peatones, nada.

Recuerdo cuando las carreteras y caminos serpenteaban para llegar a los pueblos, localidades, los más posibles. Hoy, las carreteras, casi todas de cuota, los evitan, se construyen puentes que salvan abismos, se dividen cerros, todo por llegar cada vez más rápido.

Pero ¿por qué la prisa por llegar a cualquier parte? ¿dónde se genera esta ansia colectiva por la inmediatez? ¿dónde quedó esa propuesta de no hay que llegar primero, sino saber hacerlo? ¿es negativo, por decirlo de alguna manera, esta manera de vivir? Cuando esta prisa hace olvidarnos de nuestras personas, nos impele a no respetar a los demás, deja en segundo plano la convivencia y no permite apreciar aquello que tenemos y que van quedando de lado o atrás, pienso que sí nos perjudica.

Esto me vino a reflexión por una nota que leí hace unas semanas en los medios locales. La noticia de Doña Blanca Álvarez, que falleció sin encontrar a su hija, Joanna Isabel, desaparecida en el 2019. No le alcanzó la vida en algo que no debería suceder, pero sucede. Ella vivió la tragedia de la desaparición de un ser querido. No estuvo en sus manos, sino en otras, pero aun así no tuvo el consuelo de saber el paradero de su hija.

Que las prisas no nos alejen de lo importante. De lo que, regularmente, se echa de menos cuando ya no se tiene. Deberíamos aprender a vivir la vida; es una materia que no se enseña en las aulas. Vivirla a plenitud, tomar los tragos amargos y disfrutar los buenos momentos, aprendiendo de ambos. Sin prisas, sin pausas.

La vida, tu vida, la mía, no alcanza para todo, decidamos lo que queremos construir con ella.

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