Fue en el mismo tiempo o un poco después de haber ingresado al Coro de los Niños Cantores de la Universidad de Colima, entonces dirigido por el maestro Jesús Frausto López, padre del actual director, Gabriel Frausto, que también ingresé a tomar clases de canto con el educadísimo maestro y tenor Mario Cortés. Tendría algunos diez o doce años y estudiaba en la primaria Gregorio Torres Quintero.

En aquel entonces nada me importaba más que la música y, ahora que lo rememoro, yo tenía muy claro en la mira convertirme en un Julio Jaramillo, un Víctor Iturbe El Pirulí o en un José José. Soñaba con cantar, además, acompañado de mi guitarra (que aprendí a tocar también en el IUBA), en la Cueva de Amparo Montes, o en cualquier otra cueva llena de bohemia e inundada de boleros.

Quería ser un bohemio. La literatura en aquel entonces era algo que ni siquiera había soñado, y aunque ya declamaba y aprendía largos poemas de memoria (la Chacha Micaila, El Brindis del Bohemio, Por qué me quité del vicio, etcétera), nada me distraía de la música. Por eso llegué una tarde a las clases del maestro Mario Cortés. No recuerdo muy bien cómo fue aquel primer encuentro.

Lo único que recuerdo es que la persona con la que estaba tratando era de una educación inusual y respondía a mis preguntas como si fuera yo un adulto. Con el maestro Mario empecé a vocalizar. Me daba una o dos clases a la semana y se hacía acompañar del piano.

Me enseñó a cantar con el estómago, a impostar bien la voz, me indicó qué estaba bien y qué mal, e incluso me instruyó en cómo salir de los atolladeros de la desafinación.

Todavía recuerdo sus dedos tocando en ascenso las teclas del piano para cerciorarse de mis diferentes rangos de voz. Debo reconocer que cuando lograba ciertos agudos me sentía Luis Miguel y hasta quería cantar “Ya nunca más”. En las presentaciones de fin de curso llegué a cantar aquello que decía “Venite all’agile barchetta mia Oh, santa Lucia! Santa Lucia!”.

Yo recuerdo que el maestro Mario me animaba a seguir cantando, pero en realidad ahora que evoco aquellas entrañables tardes no recuerdo si algún día me dijo que cantaba bien.

Yo creo que no me lo dijo (y bien que así lo haya hecho) porque, al poco tiempo, mandé a volar las clases de guitarra clásica con el maestro Ricardo Martínez (al que yo creo que le alegró mi partida porque nunca pude arpegiar como era debido) y poco después las clases de canto con el maestro Mario Cortés, y desde aquel momento a la fecha aquel periodo de mi vida quedó grabado como se graban las letras inolvidables en una dura piedra.

Algunos años después encontraría la poesía y ese ha sido el árbol que no he dejado de trepar desde entonces. Pero volviendo al maestro Mario Cortés, estas palabras no son más que un homenaje tardío para un maestro admirable y de una férrea vocación, al que siempre le estaré agradecido por sus enseñanzas.

Este viernes 21 de abril, a las 7pm, se presentará en el Teatro Universitario Pedro Torres Ortiz, con un programa que seguramente no les quedará a deber. Estará acompañado en el piano por el maestro Rogelio Álvarez, por el grupo Litoral y por el Mariachi de nuestra máxima casa de estudios. No se lo pierdan.