Hace pocos días y en el marco de la clausura del Festival Guitarromanía 2022, cuya alma es el gran guitarrista y compositor Simone Iannarelli, el público colimense tuvo la oportunidad de escuchar a la Orquesta Filarmónica del Estado de Colima, la cual es dirigida por el talento soy joven director Carlos Virgilio Mendoza, hijo del connotado político colimense Virgilio Mendoza. La Orquesta Filarmónica tocó piezas de Mozart, de Tárrega y de Morricone, y además acompañó al guitarrista Omán Kaminsky en la interpretación del famoso “Concierto de Aranjuez”.
La presentación de la orquesta, conformada por muchos jóvenes músicos talentosos (entre ellos pude reconocer al chelista Stefano Maximiliano Cortés, hijo del periodista Max Cortés) no le quedó a deber a nadie y, además, hubo un consenso generalizado de que este tipo de eventos deberían formar parte de nuestra vida cotidiana y no de acontecimientos aleatorios de nuestro diario vivir. ¿No es triste constatar que son hoy los hechos violentos parte de nuestra vida cotidiana y, por el contrario, los eventos artísticos sólo una parte incidental de nuestras vidas?
Si de verdad queremos revertir esta lamentable situación (esto es: que prive la paz por sobre la violencia en nuestra entidad) lo primero que debemos hacer es cotidianizar este tipo de eventos, convertirlos en algo conseutudinario y no en algo accesorio de nuestras vidas.
Pero yo me pregunto: ¿cómo podría ser esto si, me entero, la orquesta filarmónica que dirige Carlos Virgilio Mendoza carece del apoyo gubernamental y municipal, mejor dicho: carece de todo tipo apoyo y sus integrantes no gozan de un salario a la altura del rol tan trascendental que llevan a cabo en favor de la sociedad colimense? Nadie lo creería, pero es así.
Si la única y verdadera vía para acabar con la barbarie en una sociedad con tan altos niveles de violencia como la nuestra es el apoyo al arte, a la cultura y a la educación, no sé qué se espera para que las instancias correspondientes subsidien a este orquesta que tan buenos dividendos ofrece a la ciudadanía en la reconstrucción de nuestro tejido social, pero además mantiene todavía en el camino de la virtud a un número importante de jóvenes talentosos que dedican gran parte de su tiempo y vida no a la creación de bombas molotov sino a la creación de maravillosa música, ¿por qué, entonces, no premiarlos con un salario digno por esta labor?
En fin, quizá estas reflexiones queden como un eco perdido en el aire, insonoras y con todo en su contra, pero de igual modo las lanzo así como uno lanza una botella al mar para ver si de verdadalguien con poder de decisión aprieta el botón correcto para cambiar esta situación. Al final del día lo último que muere es la esperanza.