Cuando amlo se refirió hace tiempo de manera despectiva a los posibles tapados de Morena para sustituirlo en el cargo, denominándolos como sus corcholatas, medio mundo le aplaudió lo que consideró una ocurrencia más del senil anciano demente. Otros, en cambio, hicieron notar que el macuspano, fiel a su origen del priismo más rancio y autoritario, lo único que hacía era revivir el ritual empleado por el PRI para crear todo un ambiente alrededor del fenómeno de la sucesión presidencial en México, que comenzaba a manejarse abiertamente a partir del quinto y penúltimo año del monarca sexenal.
Así, a falta de resultados tangibles, el viejo tuvo que recurrir a una tradición priista apenas a la mitad de su gobierno como una forma de mantener entretenidas a las galerías. Así, el juego del tapado y del tapadismo, con la derivación obvia de las corcholatas a las que aludió, el inquilino de Palacio Nacional lo único que hizo fue citar al historiador Daniel Cosío Villegas, que menciona ese término en el libro La sucesión presidencial, mismo que forma parte de una trilogía dedicada a la vida pública nacional, iniciada con El sistema político mexicano, seguido de El estilo personal de gobernar y que concluye con el que hoy me ocupo.
No es que amlo sea un tipo culto o esté bien informado; de hecho, es un ignorante que basa sus dichos en lo que le platican acerca de libros o de autores, pues en su miserable vida no ha concluido una novela o biografía completa. Lo pruebo con un hecho irrefutable: por lo menos en dos ocasiones ha citado la novela Rebelión en la granja, del gran escritor inglés (nacido en la India, entonces colonia inglesa) George Orwell, dando por hecho que los personajes de la brillante trama (que son animales), tras rebelarse de su antiguo patrón humano (el señor Jones), vivieron felices por siempre.
Eso, por supuesto, es una vil y absoluta falsedad. Cualquiera que haya leído esa pequeña joya de la literatura universal sabe muy bien que la rebelión le salió más cara a los animales que la iniciaron, como una metáfora certera e implacable de las revoluciones que degeneran en gobiernos corruptos y autoritarios. El país en el que se inspira George Orwell para su libro es la Rusia (entonces la URSS) de Stalin, pero cualquier otra revolución podría haber servido como modelo; por ejemplo, la cubana o la sandinista, donde sus “líderes” (los hermanos Castro y Daniel Ortega) se eternizaron en el poder y mantienen en un puño a sus sufridos gobernados. El caso es, pues, que amlo debió haber escuchado la recomendación de alguien que sí lee para que empleara el término de corcholata, como una forma de darle valor agregado al tema del tapadismo, que pertenece al ritual priista.
El escritor e historiador Cosío Villegas (que, en sus memorias, reconoce haber impulsado la versión de que era originario de Colima, cuando es así: sólo vivió algún tiempo por estas, por entonces, muy tranquilas tierras de cocos y palmeras) se basa, a su vez, en historiadores extranjeros estudiosos de nuestra idiosincrasia, si bien es cierto que, para todos los efectos prácticos, a él se debe el conocimiento del término. Cito textualmente un fragmento del libro La sucesión presidencial (página 32) en la que se refiere al término de marras Cosío Villegas: “Por lo demás, resulta lógico (si bien lamentable) que una persona tan convencida del valor permanente y profundo del Tapadismo, no intente averiguar, o siquiera suponer, cómo se escoge al ´Verdadero Tapado´.
Apenas afirma Hodara que después del penúltimo Informe al Congreso, el ¨corcholatazo´ puede ocurrir en cualquier momento”. Por si hubiera dudas, el historiador menciona varias etapas que se daban con el fenómeno del tapado de los tiempos estelares del PRI, donde vuelve a mencionar ese término. Así, en la página 33 dice así: “La cuarta etapa, la del ´corcholatazo´, también puede calificarse de ´crítica´, y aún de trágica”. De manera que, basado en el historiador Cosío Villegas, amlo revivió el juego del tapado y de las corcholatas (término que, por cierto, en el PRI no se le dio mucho juego en su momento), pues se entiende que el refresco embotellado se destapa al perder la corcholata.
Por tanto, al jaleo del tapadismo le entró de lleno amlo al citar por sus nombres a las corcholatas, repito, a falta de nulos resultados de su desastroso gobierno federal, al que se le suman las administraciones estatales y hasta las municipales, que han resultado un verdadero calvario para todos sus gobernados; si no, que nos pregunten a los colimenses. Lo peor es que, fiel a su estilo de frivolizarlo todo, amlo hizo una gran destapadera de dizque tapados y lanzó corcholatas al por mayor, como si estuviera rodeado de los mejores hombres y mujeres del país, cuando no pasa de tener enanos que no le sirven al país ni a nadie, comenzando por la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Cheinbaum Pardo; Marcelo Ebrard Casaubón, actual canciller del obradorato; Tatiana Clouthier, gris secretaria de Economía; Esteban Moctezuma Barragán, embajador de México en Estados Unidos; Juan Ramón de la Fuente, embajador de México ante la ONU, entre otros.
Digo que frivolizó y banalizó el arcaico fenómeno del tapado, cuando eso era parte del juego a partir del quinto año de gobierno, alentado por la propia sociedad y con la complicidad de los beneficiarios, es decir, los tapados, que no eran otros que los secretarios de Estado al servicio del presidente en turno, quien públicamente se mantenía al margen de la parafernalia creada, aunque atizara el fuego desde las sombras. O sea: el locuaz amlo ni siquiera en eso se distingue en sus antecesores de la vieja guardia del priismo verticalista, autoritario y casi único, que reencarnó en Morena.
20Bibiano Moreno y 19 personas más12 veces compartidoMe gustaComentarCompartir