El periodista y escritor Víctor Ronquillo publicó su primer libro, Sicario, sin tener propiamente en mente escribir una trilogía. Sólo cuando se publicó el segundo de la seria, Secuestro, comenzó a tomar forma el proyecto. Así, la idea culminó con el lanzamiento al mercado de la tercera entrega de la serie, Conspiración, con la que se cierra una saga en la que se encuentran los diversos rostros del crimen en nuestro país: asesinos seriales, secuestradores, narcos (con el ingrediente letal de narcoterrorismo) y autoridades policiacas cómplices.

El primero de la serie (como todos los demás, especie de reportaje novelado sin mucha calidad literaria que digamos) pintaba para ser una sensacional historia, pero al final de cuentas se desinfla totalmente: es poderosa una trama que se refiere a un asesino serial, pero sin una buena base no hay mucho por ofrecer.

De manera, pues, que el autor de Sicario (2009) opta por seguirle los pasos al hombre que asesinó a doce personas en un momento en el que fue forzado a actuar por su cuenta y riesgo, pues en la frontera con EU ese era su negocio: el de asesino, es decir, era un sicario. Si fuera el guion para una película hubiera resultado más atractiva la trama central de Sicario; sin embargo, el reportaje novelado –con nombres reales cambiados— se queda muy corto porque el lenguaje de las imágenes habría compensado con creces lo que no se pudo lograr con palabras.

Por cierto, palabras demasiado pobres para intentar ser un documento literario de primer nivel; por ejemplo, como algunos que ha publicado en la misma línea el periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte. El asesino serial de Víctor Ronquillo tiene orígenes reales, pero el asunto se le va de las manos por el extremado involucramiento personal en el que se sumerge en su calidad de reportero de una revista llamada Semana, la que conocemos un poco más en la medida que avanzamos en la lectura de la trilogía.

Al final, Sicario lo único que hace es recrear la ruta del asesino René Arias, apodado El diablo, quien es muerto en un poblado del estado de Guerrero, pero cuya formación la adquirió en el lugar conocido como El Bordo, en la fronteriza ciudad de Tijuana, Baja California. En el siguiente reportaje novelado de la trilogía, que es Secuestro (2010), hay elementos que hacen que la historia resulte un poco mejor que la anterior.

El secuestro de dos jóvenes, hijos de un hombre rico que ya no vive con su familia, es el detonante de una trama en el que se mezclan autoridades policiacas y mandos militares corruptos, que tienen sus propias bandas de este tipo de delincuentes. En realidad, sólo se trataba de un secuestro exprés, pero a la mera hora se ofrece el paquete a otros delincuentes profesionales. El cambio de bando incluye el asesinato de los secuestradores originales que no sabían en la que se metían al privar de su libertad a los hijos de un hombre que está dispuesto a pagarle a un experto en la materia (que cobra por horas y en dólares), que no es otro que un militar, es decir, se borra por completo la delgada línea que separa a los delincuentes de los que supuestamente tienen por misión atraparlos y encarcelarlos.

Para aderezar la trama central, nos enteramos que el protagonista de los tres reportajes novelados de Víctor Ronquillo (su alter ego llamado Rodrigo Angulo) resulta ser ex esposo de Magali Randall, que es la conductora de un noticiero de la TV a la que se conoce mediáticamente como La dama de las noticias, donde ambos se conocieron en sus inicios en el periodismo.

La revista Semana, para la cual colabora el personaje principal, está en una constante crisis financiera y es sostenida con el apoyo de un partido de izquierda. De ahí, pues, que el reportero y escritor que vive en el personaje de Víctor Ronquillo manifieste su profundo desprecio por los políticos y muestre cierta preocupación por los problemas sociales del país.

Sin embargo, aunque esa pose es muy típica de los que se identifican con la izquierda, como el caso del que escribe para la revista Semana (que recuerda mucho al Proceso real, aunque sin que éste se encuentre en riesgo de desaparecer), es evidente que la relación prensa-poder sigue más vigente que nunca. La última entrega de la trilogía es, por mucho, la mejor de todas. Así, pues, en Conspiración (2011) aparece un personaje insólito: un narcoterrorista al que el autor identifica como El vampiro, pues se trata de un sujeto extremadamente flaco (casi cadavérico), de piel casi transparente, obviamente de aspecto enfermizo y que luce una cola de caballo, mismo al que no le gusta estar en la luz, por lo que los encuentros con el protagonista son siempre en cuartuchos de hotel que están en tinieblas.

El encuentro entre los dos personajes es muy peculiar: es mediante un correo electrónico. Pero no uno que se encuentra dentro de los cánones tradicionales, sino uno que contiene una frase en la que se muestra la maldad que exuda el narcoterrorista por todos los poros de su pálida piel, al expresar lo siguiente: “Tengo una bala para ti”. De ahí en adelante, periodista y narco inician una relación inquietante en la que éste le ofrece a aquél primicias de sus actos terroristas por todas las latitudes del país. Los encuentros entre los dos personajes son como un nuevo recorrido por el infierno para el periodista.

El narco apodado El vampiro es un tipo completamente desquiciado, valido de la tecnología de punta, que no se detiene ante nada en su afán de sembrar el terror, la violencia y la muerte por diferentes rumbos de la geografía mexicana, siempre al servicio de alguien, ya sea capos pesados de la droga o agentes de la DEA, quienes lo reclutaron en la frontera californiana a la temprana edad de 14 años. La tarea impuesta al periodista, por parte del narco, es abrumadora. De ahí que esta trama haya resultado la más lograda de todas en esta trilogía del crimen del periodista y escritor Víctor Ronquillo.

Debo agregar, empero, que cada libro no justificaba una reseña particular: apenas los tres lo ameritaban. No obstante, es recomendable la lectura de este autor, aun cuando el comportamiento chairo que tiene –ficticio y real— es evidentísimo.

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