Los gobernadores morenistas del país, que hace poco dieron su apoyo irrestricto al presidente López Obrador, deberían tomar como ejemplo la crisis de credibilidad por la que atraviesa el mandatario nacional cuatroteísta para evitar que también eso mismo les pueda suceder a ellos y a sus propias gestiones.

Más allá de cualquier interpretación maniqueísta entre los que apoyan ciegamente al presidente y aquellos que lo vituperan del mismo modo incendiario, lo cierto es que la moral presidencial (el bastión más importante con el que López Obrador ha erigido su movimiento) se ha deteriorado a tal punto que el máximo líder del país ha tenido que recurrir casi a las lágrimas para intentar recuperar aquella arrolladora empatía social con la que llegó al poder.

Los casos de corrupción y de tráfico de influencias que a lo largo de los últimos tres años han surgido en torno al círculo más cercano del presidente (incluidos, sobre todo, sus hermanos e hijos) han puesto incluso contra la pared todo el proyecto de nación. El presidente López Obrador ha perdido el sentido de la orientación política y, lamentablemente, ha puesto todas sus energías y la fuerza del Estado para atacar a unos cuantos periodistas en lugar de enfocarlas en enderezar el rumbo y en favorecer a millones de mexicanos que están necesitando mucha paz, grandes oportunidades de empleo y un sistema de salud de hierro.

Mientras el país es arrasado por la violencia (lo que está sucediendo en Colima es inédito) y por una pandemia que no termina de acabarse, el presidente ha dedicado esfuerzos soberanos para saciar sus ansias de venganza en contra de un periodismo que, con todo lo criticable que pueda ser, ha puesto al descubierto la debilidad moral del proyecto político presidencial y cuestionado incluso su legitimidad. Por eso mismo, y dicho sea de paso, no se debe demeritar el poder que tiene y ha tenido la labor del periodismo y la crítica en los regímenes que atisban y evidencian voluntades de poder autoritarias.

Los gobernadores de las entidades federativas deberían, pues, tomar el ejemplo presidencial para evitar que sus propias administraciones caigan en crisis de credibilidad moral como la que está sumiendo el bando presidencial en un callejón sin salida, y entonces tomen en cuenta que cualquier tipo de exceso en el poder o cualquier omisión en el mismo sentido podrá ser tarde o temprano puesto al descubierto por aquellos que funcionan como frentes opositores al poder de Estado, incluida, por supuesto, toda la opinión pública.

Lo que le está sucediendo al presidente López Obrador, y de lo cual muy difícilmente podrá recuperarse, especialmente si continúa en su avanzada de venganza en contra de quienes han puesto a tambalear su honorabilidad moral, puede sucederle también a los mandatarios estatales, muchos de los cuales ya han sufrido varios reveses en este sentido. Insisto, no se debe demeritar el poder de la opinión pública, pues a lo largo de la historia ésta ha propiciado la caída de grandes imperios y de regímenes dictatoriales, en ese preciso momento en que se creía que nunca podrían caer.

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