Es inevitable hablar de la otra pandemia que asola nuestra entidad: la violencia. Quizá está resultando peor que la pandemia por Covid-19 que padecemos y, por tal motivo, la que requiere de un trabajo conjunto que ponga a trabajar de manera coordinada  a los tres niveles de gobierno: el federal, el estatal y el municipal. Y también, abarcándolos a todos, el propio ciudadano, pues al final del día son los individuos los que hacen la guerra o la paz en una sociedad.

De más está decir que en las últimas semanas se han suscitado una cantidad de crímenes brutales y que hace unos días tuvimos una escandalosa ola de homicidios que casi llegó a quince en una sola jornada, sucediéndose así el día posterior y creciendo las cifras de forma exponencial.

No fueron incidentes que nos dejaran indiferentes pues se trató de crímenes atroces en los cuales hubo mutilados, calcinados y torturados. Las noticias se fueron difundiendo en diferentes puntos del Estado: desde Manzanillo a Quesería, donde fue encontrada una persona sin cabeza y sin manos, en un pueblo en donde lo último que podía pensarse es en el horror que deja la estela de estos niveles de violencia.

No conforme con lo anterior, un motín en el Centro de Readaptación Social dejó nueve muertos y un número considerable de heridos, en un hecho que, si bien no es completamente inédito, sí ocasionó un impacto considerable cuando se le puso del lado de todos los hechos sucedidos en el mismo día o en días anteriores y posteriores: una cadena de hechos violentos que dan la impresión de que en Colima la violencia se salió de control, logrando rebasar la capacidad de las autoridades para contenerla, y evidenciado la poca capacidad de los titulares de las unidades policiales para implementar un plan efectivo que la disminuya.

Esto es precisamente lo que más temor ocasiona en la ciudadanía puesto que el ciudadano (de a pie, sobre todo) padece un constante sentimiento de indefensión. Como decía al principio, la ola de violencia obliga a replantear urgentemente la estrategia de contención de la misma desde un marco más integral y multidisciplinario, y en el cual se incluya por lo menos a los ayuntamientos en coordinación con el gobierno estatal, pues está claro que el combate lo están ganando los grupos criminales.

Sin importar colores de partido o ideologías, pues la violencia tampoco los distingue, el nuevo gobierno estatal, y los municipales también, deberán hacer un acucioso análisis de su estrategia actual a fin de que sus fuerzas policiales puedan  implementar una serie de acciones que hagan efectivo el plan de combate a la espiral de crímenes que empieza a crear terror en la población, sin dejar nunca de priorizar la paz y el bienestar ciudadano como uno de los compromisos primordiales de toda función de gobierno, sobre todo porque tanto gobierno estatal como municipales están recién iniciando su gestión.

En la medida en que se recupere la paz en la entidad, las demás dificultades (incluidas las económicas, que no son pocas) podrán ser sobrellevadas de mejor manera y hasta habrá tiempo de redimir en otras menores.  Pero, por ahora, la violencia es una prioridad impostergable y deberá ofrecérsele a la ciudadanía una respuesta en consecuencia, urgentemente.  

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