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Vivir los derechos, es una odisea. Más unos que otros, pero no deja de ser una lucha constante por ejercer aquello que el papel reconoce y la realidad niega.
Sin embargo, no es el desánimo, ni el silencio, ni la complacencia lo que nos posibilitará a salir adelante
Muchos son los ejemplos de esos “derechos aceptados-negados”. Algunos tienen resistencias de más larga data, como el derecho al voto femenino, algunos otros apenas visibilizados en este siglo, como los derechos de las audiencias. Pero, todos ellos son importantes.
Esta red de derechos, podríamos decir, no son inconexos, al contario tienen vasos comunicantes. Unos derivan a otros, posibilitan algunos más. Están los llamados derechos llave —porque posibilitan otros- como a la educación, la identidad, a la información.
En todos los ámbitos relacionales hay derechos por ejercer; y, por supuesto, obligaciones. No es sólo la cultura del derecho, sino también de las obligaciones que conlleva una convivencia plena, respetuosa, sana.
De 1948, periodo postguerra, es la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Decíamos que los derechos tienen que ver con el equilibrio relacional entre personas, aquí un listado enunciativo, que no exhaustivo: derecho a la vida, la libertad, la seguridad, la igualdad y la no discriminación, así como los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, como la educación, el trabajo, la salud y la participación.
Curiosamente, aunque es “políticamente correcto” pronunciarse por los derechos de las personas, quienes los exigen normalmente son señalados. En espacios laborales, educativos, de salud —sólo por mencionar tres grandes áreas— quienes piden o exigen derechos enunciados, muchas de las veces son ignorados, señalados o, incluso, hasta perseguidos.
Recientemente el tema de la paz ha transitado a ser transversal, para políticas y programas, en lo local, nacional y lo internacional. Propugnar por una cultura de paz conlleva una cultura por los derechos, necesariamente. No hay de otra.
Sin embargo, los contextos de violencia estructural, aparentemente sin control, van manifestándose en todos lados. Robos, extorsión, corrupción, violencia, homicidios, son el pan nuestro de cada día. La violencia omnipresente se presenta en la casa, la oficina, las vialidades, las redes. Ahora, esta violencia focalizada es compartida a través de videos, fotos tomadas con celulares —81.4% de la población de 5 y más años tenía un celular en el 2023, INEGI— y subidas a las redes sociales, donde el morbo comparte exponencialmente.
La cultura de paz se construye a la par que la cultura de los derechos. Se necesitan, se complementan, dialogan cercanamente.
No es una propuesta ociosa, la apuesta por la paz, es urgente, pertinente, necesaria, transita por el concepto de comunidad, cimentada en una vivencia plena de los derechos; todos ellos, no solamente con aquellos que me “gustan” o “estoy de acuerdo”.