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La presencia e impulso de las mujeres en la economía es innegable.
Sin embargo, no es esta siempre reconocida. Ahí está lo que implica, por ejemplo, el denominado “trabajo doméstico no remunerado”. De acuerdo con el INEGI, el trabajo doméstico no remunerado y de cuidados representó el 26.3% del PIB total de la economía (2023). En términos monetarios, esto representó 8.4 billones de pesos, de los cuáles las mujeres aportaron el 71.5% y los varones el 28.5 por ciento.
Estas labores domésticas y de cuidado tradicionalmente siguen siendo una responsabilidad atribuida a las mujeres, a pesar de que se incorporen en actividades económicas. Algunas de ellas en la informalidad, al tercer trimestre del 2024 la ENOE reportó que la tasa de informalidad laboral en mujeres de 15 años y más era del 55.4% a nivel nacional, para Colima era del 47.8 por ciento.
De ahí que las dobles y triples jornadas sean una realidad para las mujeres. El salir a trabajar para aportar o sostener el hogar no exime de que, decíamos, esas tareas domésticas y de cuidado se les sigan atribuyendo de manera importante.
En este sentido, la ENUT 2019 lo confirma: en promedio las mujeres dedicaban al trabajo doméstico no remunerado 30.8 horas y los hombres 11.6 horas.
Esta tendencia de mayor participación femenina en los espacios laborables es observable en los Censos Económicos 2024. En sus resultados oportunos, recientemente difundidos, reporta la más alta participación femenina en estos ejercicios estadísticos; a nivel nacional fue del 45.9% y a nivel estatal 47.3 por ciento.
Cuando se den a conocer los resultados definitivos, este mismo año, se podrán tener otros análisis de la participación de las mujeres en las diferentes actividades que conforman estos censos económicos.
Lo que es verdad, es esta desigualdad en cuanto a la responsabilidad que se les ha atribuido a las mujeres en cuanto a las actividades de la casa, cuidados de personas mayores, con alguna discapacidad, las propias hijas e hijos.
Escribo desde mi propia incongruencia que busca paliar, en el contexto próximo, estas desigualdades: lavar, barrer, trapear, cuidar no es una labor sólo de mujeres. Estas responsabilidades, cuando existe una relación de pareja, deben ser compartidas; y cuando no hay relación de pareja, pero hay prole, también.
Estos datos se concretizan en las mujeres que trabajan en algún comercio -formal o informal-, que laboran en el área de manufacturas, en el campo, que dan clases o atienden algún consultorio… y, muchas de ellas -con o sin estudios formales- llegan a su hogar a ordenar, atender, cuidar.
Sus aportes se reflejan, entonces, por partida doble -al menos-: en la no remuneración y en aquel en que se les paga un salario.