En la corte de la Cuarta Transformación, donde el incienso nunca se apaga y las reverencias se hacen hasta por WhatsApp, el joven heredero del trono, Andrés Manuel López Beltrán, alias “Andresín” para los menos ceremoniosos, ha levantado la voz. El motivo de su airado berrinche: no quiere que le digan Andy. ¡Horror! ¡Sacrilegio lingüístico! El junior del “mejor presidente de México en 200 años” ha decidido que su apodo de influencer fifí no está a la altura de su linaje.
“Me llamo Andrés Manuel López Beltrán y mi mayor orgullo es llamarme como el mejor presidente que ha tenido este país. Llamarme ‘Andy’ es demeritar eso, quitarme ese legado, quitarme ese nombre”, sollozó con voz temblorosa el encargado de coordinar el fracaso electoral más reciente de la 4T-II en Durango, ese estado donde ni con el “nombre sagrado” logró movilizar votantes ni garantizar el acarreo prometido para la elección judicial del 1 de junio de 2025.
Y sí, tiene razón: ¿quién necesita estrategia, operación política o liderazgo cuando se tiene apellido? En sus palabras, los opositores temen al nombre de Andrés Manuel. No al del hijo, claro, sino al del padre. Porque si algo ha quedado claro, es que sin ese apellido colgando al cuello como medalla de la Conade, Andresín apenas llena el espacio de una columna… de chismes.
Para curar las heridas del príncipe, salió al quite la siempre correcta Luisa María Alcalde, presidenta del CEN de Morena, quien entre lágrimas y gel morado exclamó que “no están atacando a Andy, perdón, a Andrés Manuel López Beltrán, sino que están intentando demeritar el papel del expresidente”. A lo que muchos respondieron: ¿cuál papel?, ¿el de coordinador de derrotas?
Desde ahora, por decreto emocional del interesado, cada vez que se mencione su ilustre persona habrá que decir: Andrés Manuel López Beltrán, hijo de Andrés Manuel López Obrador, el mejor presidente desde la proclamación de la República en 1821. No se aceptan diminutivos. Mucho menos comparaciones.
Pero vayamos más lejos. Según el periodista de cabecera del oficialismo opositor, Carlos Loret de Mola, el joven López Beltrán recibió nada menos que el respaldo total de la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, once gobernadores y varios millones (en efectivo, claro) para operar la elección judicial, tomar Durango y expandir la 4T-II en Veracruz. ¿El resultado? Un batacazo. Pero, ojo, no fue culpa de él. Fue culpa del apodo. ¡El poder del “Andy” lo saboteó todo!
Y así, en este reino donde los nombres hacen milagros y los apellidos gobiernan, el hijo del gran Tlatoani reclama su lugar. Porque aquí, en la política de la 4T-II, no se gana por méritos, sino por árbol genealógico. El esfuerzo es opcional. La culpa, siempre de otros. El ego, eterno.
Se dice que…
*Del presidente del PRI al Secretario de Organización de Morena:
“Andy, Andy, Andy… no te creas importante. Eres un junior sin calle, sin historia, sin respeto. Nadie te sigue por lo que eres, solo por el apellido que usas como escudo. Y para colmo, saliste peor que tu papá. Ni con poder, ni con dinero, ni con aparato. No operas nada. Eres un cero a la izquierda con cargo. Aquí se lucha, se trabaja… y tú ni con qué empezar”. Se llevan rudo, pero dicen la verdad duele más que una derrota electoral.
*Ricardo Monreal Ávila, el poeta de Zacatecas y jefe morenista en San Lázaro, quiso defender al heredero y terminó tropezando con sus propias definiciones. Calificó las críticas contra Andresín como “violencia vicaria”, término que aplica a madres violentadas a través de sus hijos, no a juniors enchufados al presupuesto. Tal vez quiso decir “violencia sicaria”. Dicen que en ese rubro sí tiene más experiencia.
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