Se equivoca —y gravemente— quien aún cree que en Colima vivimos en una especie de burbuja de paz, protegidos por las cifras oficiales que insisten en decirnos que todo está mejorando. Las estadísticas, bien maquilladas y con rubor de “decremento”, nos cuentan un cuento de hadas. Pero aquí, entre homicidios, desapariciones, extorsiones y robos, lo único que decrece es la paciencia ciudadana.

Claro, la gobernadora Indira Vizcaíno Silva no niega la problemática. ¡Faltaba más! La reconoce, la enumera y hasta le pone rostro serio en conferencias y reuniones de la Mesa de Coordinación Estatal para la Construcción de la Paz y la Seguridad. Eso sí, asegura que trabaja incansablemente para reducir los índices. Lástima que las balas, como el calor colimense, no entienden de dichos ni promesas.

Es cierto que el desastre no nació ayer. La inseguridad es un monstruo de varios sexenios. Pero ahora, que nadie se haga el sorprendido: la responsabilidad de enfrentarlo no es un asunto hereditario, sino del gobierno en turno, sin importar el color partidista. El problema es que, entre los colores y los discursos, los muertos siguen apareciendo en las páginas rojas y las colonias siguen pareciéndose más a zonas de guerra que a barrios tranquilos.

En municipios como Manzanillo, Tecomán, la capital y Villa de Álvarez, los homicidios dolosos ya forman parte de la rutina. Despertamos con café y noticias de balaceras, como si fuera normal. Y entonces, surge la pregunta que flota en el aire como el polvo del pavimento mal cuidado: ¿qué está fallando? ¿Quién se está haciendo el desentendido o finje que hace mientras la violencia gana terreno?

Y aquí es donde empieza el show. Porque la seguridad, según algunos, se combate con drones. Sí, como lo oyen. El alcalde Riult Rivera Gutiérrez, por ejemplo, decidió que dos drones bastan para cuidar a 160 mil almas. Un dron por cada 80 mil habitantes. Genial. Lo siguiente será repartir walkie-talkies entre los vecinos y declarar victoria.

Pero eso sí, los funcionarios no pierden el entusiasmo para presumir sus “logros”. Manipulan los datos, eligen las cifras más dóciles y sonríen para la foto como si los colimenses no supieran contar ni sufrieran la inseguridad todos los días en carne propia. ¿Autocrítica? Casi nula. ¿Rendición de cuentas? Una leyenda urbana. Lo de hoy es echarle la culpa a los de antes, a los de enfrente, al clima si es necesario.

Y mientras tanto, las políticas públicas en seguridad siguen pareciendo ejercicios de ensayo y error, con más de lo segundo. La conexión entre el problema y su solución es tan confusa como un discurso de media hora sin decir nada. Pero eso sí: cuando todo falla, se juega con las cifras, se acomoda la narrativa y se espera que la ciudadanía aplauda.

Colima ya no está para cuentos. La realidad no se resuelve con declaraciones, ni con operativos cosméticos. Se requiere -más allá de la toma de fotografía- estrategia, coordinación real, voluntad y, sobre todo, una dosis de honestidad brutal que las autoridades aún no se atreven a tomar.

Se dice que…

La Encuesta Nacional de Seguridad Nacional Pública Urbana (ENSU), dada a conocer por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) destaca que, en comparación con los resultados de la encuesta arrojados en el mes de diciembre, donde la tendencia era a la baja, en los resultados de marzo no se presentan cambios significativos, pues tuvo una variación a la alza de 1.5, ya que pasó de 73.8 a 75.3, lo que fue reportado por INEGI, como “sin cambios significativos”.

*En la encuesta resalta el sustancial incremento que registra Manzanillo, donde la percepción de inseguridad se incrementó en 15.1 puntos, respecto a marzo de 2024, La ENSU menciona que Manzanillo, ha estado aumentando de manera considerable la percepción de inseguridad, pues de marzo de 2024, que registraba 54.8 puntos, a marzo de 2025, se elevó a 70.3. En el mes de diciembre INEGI, había reportado que en Manzanillo ya tenía una tendencia a la alza, con el 61.1, por lo que tan solo en un trimestre se aumentó la percepción en 9.2puntos, por lo que está considerado como una de las 11 ciudades que mayor crecimiento tuvieron en la percepción de inseguridad.