El hecho de que no hubiéramos logrado encontrarlo me dejó una espina clavada. Sabía que debía volver. No podía quedarme con la duda, así que convencí a mi amigo Beni de hacer una segunda expedición. Esta vez, con más información y la imagen clara del árbol en la mente, nos preparamos mejor.

                                                                                                                                                                                  Nos subimos nuevamente a la moto y repetimos el trayecto hasta La Yerbabuena. Sabíamos que el árbol estaba ahí, solo teníamos que encontrarlo.  Al llegar al rancho aguacatero, cruzamos por el mismo pequeño acceso de la vez anterior, pero en lugar de perdernos entre los cultivos, decidimos observar con más atención el entorno. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de algo que nos dejó atónitos: El Guardián siempre estuvo ahí, justo frente a nosotros. No habíamos tenido que caminar durante una hora por terrenos desconocidos ni adentrarnos en la aguacatera. 

Bastaba con recorrer menos de cien metros desde la entrada para encontrarnos con aquel majestuoso árbol. Nos miramos incrédulos, preguntándonos cómo no lo habíamos visto la primera vez. No era tan imponente como mi imaginación creía, pero sí era grande. Lo reconocimos por su tronco entrelazado y su aire de misticismo. De inmediato entendimos por qué tantas personas lo consideraban un lugar especial. Nos tomamos fotos y disfrutamos el momento. Para nosotros, esa búsqueda no era solo una excursión más; era una aventura que ahora tenía sentido.

Pienso en cómo han cambiado las cosas. En la actualidad, ya uno se lo piensa antes de tener aventuras en lugares desconocidos por la incertidumbre que acecha en el estado y en todo México por cuestiones de inseguridad. Es probable que, si intentáramos repetir esta aventura en el 2025 y nos hubiéramos perdido como hace años, las circunstancias fueran muy distintas. Afortunadamente, en ese entonces no nos pasó nada. Nadie nos vio, nadie nos detuvo, nadie nos impidió el paso. Fuimos afortunados de haber vivido aquella experiencia sin contratiempos.

                                                                                                                                                                              Ahora, cada vez que recuerdo a mi amigo Beni, me llega a la mente esta historia y otras más que escribiré con más calma. Pienso en nuestras pláticas, en nuestras risas, en la emoción de la búsqueda. Lo conocí en la Facultad de Ciencias Políticas, y juntos compartimos muchas aventuras, proyectos y borracheras. Pero esa, quizá, fue una de las más significativas.

*Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Colima.