“La dictadura perfecta no es la Cuba de Fidel Castro: es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es”, disparó con puntería apache el escritor peruano Mario Vargas Llosa a finales del año 1990 desnudando al sistema político mexicano que para esa fecha llevaba 60 años controlado por el mismo grupo post revolucionario que después de dos versiones partidistas terminó presentándose ante el país y el mudo como Partido Revolucionario Institucional.
Eventos como el Movimiento Estudiantil de 1968; la insurrección priista de veinte años después, 1988, liderada por Cuauhtémoc Cárdenas Solórsano a quien en las elecciones de ese año la dictadura todavía perfecta le robó la presidencia de la República; y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que entró en vigor el 1 de enero de 1994, obligaron a la Dictadura Perfecta a ponerse blandita y cooperando para abrirle a la “oposición” el acceso a gubernaturas, al Congreso de la Unión, a los congresos estatales y a la presidencia de la República misma.
La Dictadura Perfecta en México duró sesenta años; la transición a la Dictadura de la Mayoría en avanzado proceso de instauración, dos décadas. ¿Cuántas años dominará con el aval de casi 36 millones de votos de los 60 emitidos el domingo 2 de junio de 2024 de una lista nominal de 100 de ellos? Es pregunta, no se enojen.
Como en los tiempos idos del viejo PRI, en los actuales y por venir de la Dictadura de la Mayoría , hay y seguirá habiendo un partido hegemónico: Movimiento de Regeneración Nacional; tres poderes nominales de la Unión fusionados en uno solo verdadero; banqueros agiotistas hinchándose de utilidades como en ningún otro país del mundo gracias a las comisiones e intereses leoninos que sin rubor alguno les autoriza el gobierno de los pobres; los archimillonarios felices y contentos incrementando sus riquezas; la mayoría de los congresos estatales prestos a secundar lo que desde el poder hiper centralizado se les ordene; una delincuencia organizada más empoderada que nunca, totalmente fuera de control; un ejército presto a respaldar hasta la ignominia a la Dictadura de la Mayoría ; y un pueblo dependiente en alto grado de los programas sociales. En todo esto devino la Cuarta Transformación concebida y liderada por el mejor presidente en la historia del país y segundo en el ranking mundial, Andrés Manuel López Obrador.
Las cámaras de diputados y senadores del Congreso de la Unión han vuelto a ser totalmente dominadas por el Ejecutivo Federal, y el Poder Judicial de la Federación está corriendo igual suerte, así José Ramón De la Fuente y Marcelo Ebrard Casaubón le digan a The Washington Post que “con la mayoría legislativa obtenida en las elecciones de junio, la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, podría simplemente llenar la Suprema Corte mexicana con leales, como lo hacen los líderes en muchos otros países”, igual que lo hizo el ex presidente de la República al imponer a tres nuevos ministros de toda su confianza, dos de los cuales se le salieron del huacal.
Como “el pueblo es capaz de juzgar lo que es mejor para sus propios intereses” (mismos que coinciden ciento por ciento con los de los jefes de la Dictadura de la Mayoría ), el próximo año votará por todos y cada uno de los candidatos a ministros, magistrados y jueces leales al grupo en el poder total, en una elección que dará los mismos resultados que el método tradicional, pero costará mucho más. ¿O no? La misma medicina tendrán que tomarse las universidades públicas y las notarías del país.
EL ACABO
*Nadie en su sano juicio se opone a que la Suprema Corte de Justicia de la Nación sea puesta al día, transformada radicalmente, para que cumpla a cabalidad su misión de impartir justicia apegada a la ley y, además, pronta y expedida, accesible y transparente, pero conservando su independencia respecto a los poderes Legislativo y Judicial, pilares los tres del sistema republicano que se supone impera en el país. Sí a la Reforma, pero no en los términos que la prenden sus promotores para someter y cooptar al PJF.
*Para lograr lo anterior, el método de elección de los integrantes del PJF, y de sus versiones en los estados, no es la panacea. Por voto popular los mexicanos han elegido presidentes de la República, senadores y diputados federales y locales, gobernadores y alcaldes. Resultarán tanto o más corruptos que cuando en los tiempos de la Dictadura Perfecta los imponía el jefe máximo. Mejor que sea por tómbola para que no salga tan caro.