Admiramos las costumbres de los pueblos originarios. Degustamos y promocionamos sus comidas, las bebidas, variada artesanía, los paisajes e incluso la vestimenta.
Hay turismo, local y extranjero, a lugares con prevalencia de culturas indígenas.
También, hay pronunciamientos por sus derechos.
Hay personas e instituciones real y verdaderamente interesadas en estos pueblos carentes, muchas veces, de lo indispensable para subsistir.
Incluso los contamos, y cuántas de esas personas hablan alguna lengua. Cada vez son menos.
En nuestro país, el 6.1 por ciento de las personas de 3 años y más de este país hablaban alguna lengua indígena (en el 2010 era 6.6); las más frecuentes eran el náhuatl y el maya (INEGI,2020).
Muchas de las desigualdades de este país las sufren, precisamente, las comunidades indígenas. Por ejemplo, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH) 2022, el promedio trimestral monetario de un hogar con hablantes de lengua indígena fue de $13,708 ($4,500 al mes); el promedio nacional fue de $24,414, casi el doble.
Sin embargo, cuando el cálculo se hace por sexo, quienes menos perciben son las mujeres. El promedio nacional fue de $19,081 y en el caso de mujeres que hablaran alguna lengua indígena fue de $9,822.
Si hablamos de condiciones de pobreza, de educación, acceso a salud, violencia, las desigualdades se encontrarán en este segmento poblacional. Pero, más específicamente en las mujeres, además de niñas y niño.
Desde 1983, en Bolivia, en el segundo encuentro de Organizaciones y Movimientos de América, fue instituido el 5 de septiembre como el Día Internacional de la Mujer Indígena. Esto fue en honor a Bartolina Sisa, asesinada en La Paz, Bolivia, en 1792.
El objetivo planteado, según esta organización, es el siguiente: “rendir tributo a todas las mujeres pertenecientes a los pueblos indígenas del mundo, y lograr visibilizar sus gestas heroicas”.
Quienes andamos los caminos, visitamos alguna playa, caminos en plazas y mercados, transitamos en las ciudades o vamos a las montañas y sus pueblos, podemos apreciar estas carencias, siempre que queramos hacerlo.
No hay que cerrar los ojos a lo que sucede en los cruceros, por citar un ejemplo. Es la desigualdad con rostro indígena de mujer, de niña, de niño, de varón.
Ciertamente no se trata solo de no cerrar los ojos, pero es el principio de un largo camino de reivindicación social. Respetemos y demos su lugar a todas las personas, iniciemos por aquellas a quienes históricamente se les ha negado.