A principios de los noventa se dio una ola de democratización causada por el final de la Guerra Fría, el fin del bloque comunista hizo surgir nuevos regímenes orientados a la democracia en diversos países, en el caso de Hispanoamérica, el gradual fin de las dictaduras militares permitió la entrada a la democracia.

En México la situación fue distinta, no hay que aislarnos de la historia y lecciones que nos dejan los países del centro y sur del continente, pero hay que comprender que al haber tenido un sistema de partidos no democrático pero estable por setenta años, fueron otras situaciones las que nos llevaron a la apertura democrática.

De acuerdo con el Dr. Oniel Francisco Díaz Jiménez, a partir de los noventa inició una nueva etapa en el sistema de partidos en México, finales de esta década el PRI pierde la mayoría absoluta en la cámara de diputados y poco después perdió la presidencia, si bien la transición democrática ya estaba en proceso desde que se comienzan a elaborar las primeras reformas electorales, fue en esa década al final del milenio donde se comenzó a ver el fruto de esa larga gesta.

Varios factores fueron los que hicieron posible esa transición, pero una pieza fundamental fue la oposición política. El antiguo partido oficial era pragmático, si bien durante la mayoría de su existencia tuvo una cierta inclinación hacia la izquierda, en sus últimos sexenios y bajo el contexto del neoliberalismo y la globalización, se notó una carga hacia la derecha.

La oposición entonces era diversa, el PAN de derecha y el PRD de izquierda, sin embargo, estos partidos que contaban en ese entonces vistas antagónicas, además de otros tantos partidos menores, sabían que la meta era clara, instaurar un sistema democrático en el país.

Ahora vivimos una época distinta, la gente se encuentra asqueada de los partidos políticos más tradicionales y la sonora entrada de MORENA en el escenario no ha aliviado ese malestar, hemos visto una volatilidad electoral interesante, si bien aún es muy pronto para hacer predicciones, no podemos tomar estos signos como una señal de buena salud, el apartidismo (con el cual me identifico) crece, nuestro sistema se torna impredecible y nos azota una oleada de desinstitucionalización en Iberoamérica.

Aquí es donde creo conveniente tomar en cuenta el papel que ha tomado la actual oposición, desde su victoria al lograr la alternancia en la presidencia ha llenado de decepciones a la población que deben representar, al menos hablando de los partidos. Tal como vimos con la consociación que se dio cuando realizaron el «Pacto por México» entre los tres partidos principales, la población reprobó dichos actos, realmente la oposición verdadera yacía más en una fuerza social que en una fuerza política, no digo que no había políticos involucrados, el actual presidente y muchos miembros de su partido lo estaban, pero en ese momento el centro de la oposición no se hallaba en las cámaras representativas o en los poderes de los estados, eso significó mucho ya que la calidad de la oposición dice bastante sobre la calidad de la democracia.

Actualmente en el país sigue habiendo una desconfianza importante hacia los partidos y el sistema que los rige ya no es tan sólido como lo fue en el periodo posterior a la transición, y la culpa no solo recae en el partido gobernante, también recae en los contrarios a este, aquellos que solían alzar la voz por las problemáticas que aún vivimos ahora tienen posiciones cómodas dentro del actual gobierno (la oposición puede ser interna), los que se encuentran fuera del sistema no cuentan con los recursos necesarios para lograr estructurarse en un frente sólido, es verdad que se cuenta con representantes parlamentarios contrarios al régimen pero el tamaño no equivale a calidad.

La ciudadanía cuenta con opciones muy poco atractivas en la baraja política, debemos reconocer que el deterioro se ha hecho desde dentro. En estos casos llaman la atención las palabras del Dr. Gianfranco Pasquino cuando afirma (con precauciones debidas) que en la democracia tenemos al gobierno y a la oposición que merecemos.