Como en la película que lleva por título Yo los mato y tú los cuentas, en Colima tampoco hemos perdido la contabilidad de los que mueren asesinados a manos del crimen organizado o son parte de los daños colaterales que con el sangriento fenómeno viene aparejado. Así, aunque no hay una cifra oficial, en el estado ya andamos en los mil muertos que han sido repartidos en los panteones de los 10 municipios, en los de otros lugares fuera de territorio colimote, así como en los privados que ya existen desde hace años para atender –por así decirlo— a un público “más exigente”.
El ritmo no baja: son promediados tres muertos al día, pero lo curioso del asunto es que en el Panteón Municipal de Colima hay entre cinco y seis servicios diarios en promedio, es decir, el doble de los que caen abatidos en las calles. ¿A qué se debe eso? No es que las cuentas estén mal, sino que hay que considerar que los que mueren a balazos, a bombazos o incendiados dentro de sus casas, no sólo van a dar al camposanto de la capital del estado, sino a los del resto de los 10 municipios y, por supuesto, a los que son asesinados aquí, pero son trasladados a sus lugares de origen, más allá de nuestras fronteras.
Hay personas a las que matan en Colima, pero son originarias de otros municipios de los vecinos estados de Jalisco y Michoacán (o de más lejos aún), de tal suerte que sus familiares, cuando se animan a presentarse para reclamar los cadáveres, realizan los trámites necesarios para llevárselos y darles santa sepultura fuera de tierras colimotas. En otros casos, sobre todo por temor, los deudos no aparecen por ningún lado, por lo que esos cuerpos abandonados a su suerte van a dar a la fosa común. Eso sí: en el caso de las personas que resultaron asesinadas, la ley no permite que sean cremados; ante todo, por si hay que hacerles una nueva autopsia, cosa que ya ha sucedido.
En el caso de las cremaciones no se lleva un registro oficial, como sí lo hay en el de los enterrados en panteones municipales, pues también facilita las cosas a los parientes que se quieren desentender lo más pronto posible del asunto. Esto último ocurre en casos en los que ni siquiera llegan a ser del dominio público, pues si bien es cierto que los medios de comunicación dan cuenta puntual de los asesinatos que se cometen a diario a la luz del día, hay otros de los que nadie más que los propios involucrados saben lo que realmente pasó y que –se infiere— jamás llegarán a formar parte de las estadísticas.
Hay que entender que la gente también muere por motivos ajenos a la violencia que desató el crimen organizado en Colima, a saber: accidentes de carretera, enfermedades, muertes naturales, a causa de siniestros y párele de contar. Por supuesto, está claro que, de las muertes a causa de lo antes señalado, el del crimen organizado se lleva el mayor porcentaje, por lo que no deja de llamar la atención que son crímenes que podrían haberse evitado si la 4T en Colima no hubiera hecho compromisos que no estaba dispuesta a cumplir, sin tener en cuenta que el narco no se andan con juegos.
Aceptando sin conceder que Indira Vizcaíno Silva no hizo directamente algún compromiso con el crimen organizado, está claro que ella fue beneficiaria de ese acuerdo que se dio en 2021 con el aplastante triunfo de Morena en todos los estados de la costa del Pacífico en los que ese año se llevaron a cabo elecciones de gobernador, desde las dos Californias, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Colima, Michoacán y Guerrero (nada menos que ocho entidades federativas: ¡vaya casualidad!). Sin embargo, la Gobernadora Altozano finge demencia y es incapaz de detener las atroces matanzas.
En los relatos que se escribieron sobre los tiempos en los que a Napoleón se le ocurrió invadir a Rusia en pleno invierno, se dice que los cuervos morían en pleno vuelo, congelados por las gélidas corrientes de aire que azotaban por el paisaje eslavo. Bueno, eso no es nada comparado con el congelado corazón de Indira Vizcaíno, en cuyas nieves eternas que habitan en ese órgano inconmovible jamás habrá empatía por todos los que mueren a causa del crimen organizado que ella ha propiciado a causa de su indiferencia hacia un fenómeno que lastima, ataca, corroe, carcome y destruye el tejido social de Colima entero.
A tal grado llegan las cosas en la entidad que el número de funerarias ha crecido considerablemente, pues de las dos tradicionales que existían hace algunos años (la Magaña y la Topete), ahora hay ¡como unas 50!, desde las que son para fifís hasta las que atienden a los más humildes. De hecho, hay una que funciona en la cochera de la casa del que se dedica a la venta de modestos ataúdes que, por supuesto, se venden a precios bastante accesibles, tomando en cuenta que, por lo que se refiere a Colima, la muerte tiene permiso.LEER MÁS
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