El asesinato de los ancianos  sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales  y Joaquín César Mora Salazar en el tempo de la comunidad de Cerocahui,  Chihuahua,  el lunes 20 de junio de 2022, y la sustracción de sus cuerpos por parte de criminales que para Andrés Manuel López Obrador también son seres humanos, colmó el cáliz de la paciencia del clero , de los creyentes católicos y de buena parta de la sociedad que no se traga el discurso justificatorio 4teísta de la violencia que impera en toda la geografía del país ante la permisividad y hasta connivencia del gobierno con la delincuencia organizada.    

El Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Ramón Castro y Castro, condenó sin ambages ni medias tintas el asesinato perpetrado por quienes siguen masacrando a la indefensa población en respuesta a los cálidos abrazos que en sus mañaneras les envía el presidente de la República todos los días de lunes a viernes, y desde cualquier púlpito al que logra subirse.   

 “Las estructuras de muerte se han instalado en el país: México está salpicando sangre. Como pastores, queremos expresar de igual modo toda nuestra cercanía y el profundo dolor que cargamos en nuestro corazón, ahora como nunca el dolor de la Cruz se vuelve más intenso por tanta sangre inocente derramada a lo largo y a lo ancho del país”, clama al cielo Monseñor  Casto y Castro a nombre de sus hermanos obispos que esperan “una respuesta del Estado mexicano que esté a la altura de las circunstancias”.

Para Monseñor Castro y Castro, “Esta realidad de violencia nos golpea, nuestro México está salpicando sangre de tantos muertos y desaparecidos, entre ellos 27 sacerdotes, incluidos los padres jesuitas que han sido asesinados por el crimen organizado, identificándose así con los miles de víctimas de nuestro pueblo que han tenido este fin, junto con las decenas de miles de desaparecidos a quienes sus familias siguen buscando”. Pueblo bueno y sabio abandonado a su trágica suerte por un gobierno que incumple su obligación primaria de garantizarle seguridad plena.

Don Ramón denuncia “las  muchas extorsiones y la total impunidad imperante en todo el país”, por parte de los grupos criminales que controlan a placer los mercados locales y las cadenas de suministro a ciencia y paciencia del ausente estado mexicano, situación que “ya es insoportable y nos reclama y exige a todos dar frutos de paz”, pero que no le quita el sueño ni al presidente ni a sus funcionarios, mucho menos a sus corcholatas. 

También para los delincuentes que provocan violencia en el país tuvo la Conferencia del Episcopado Mexicano: “Les recordamos que somos parte del mismo pueblo, les conminamos a que dejen de matar a sus propios hermanos y de violentar la paz social, recuperen el temor de Dios y hagamos prevalecer su ley que nos dice ‘no matarás’. En el nombre de Dios sensibilícense ante los lamentos de sus hermanos, que son hijos de Dios, cuyas lágrimas de sufrimiento, impotencia y rabia contenida claman hasta el cielo. Les suplicamos, les rogamos, les exigimos, en nombre de Dios, basta de tanta maldad y odio, todos queremos la paz”, pero no la paz de los sepulcros repletos de inocentes víctimas de un gobierno entregado a la voluntad de los malos.

Ojalá que el espíritu Santo ilumine a AMLO para que entienda que con abrazos no se contiene a los violentes, y que a estos Dios les ablande sus duros corazones. En tanto, a confesarse para que el altísimo los coja confesados. 

EL ACABO

*El Papa Francisco, jesuita como los dos sacerdotes asesinados, dijo que  “Hay tantos asesinatos en México. Estoy cerca, en afecto y oración, de la comunidad católica afectada por esta tragedia… La violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta el sufrimiento inútil”.

*Fiel a su estilo, AMLO pasó por alto la primera parte del mensaje papal “Hay tantos asesinatos en México. Estoy cerca, en afecto y oración, de la comunidad católica afectada por esta tragedia…, para, fuera de contexto, colgarse de la frase “La violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta el sufrimiento inútil”, para justificar su política de “abrazos no balazos”.