Por una razón u otra, y pese a que he tenido la oportunidad y las ganas de hacerlo en más de una ocasión, nunca le he manifestado abiertamente a mi colega Víctor Gil la admiración que le tengo a su persona y a su labor docente, pero me da gusto que dicha oportunidad no se me haya escurrido de las manos una vez más. Este es el momento de hacerlo.

Hace unos días me tocó estar, aunque fuera virtualmente, en el homenaje que se le rindió en la Facultad de Letras y Comunicación de nuestra máxima casa de estudios, en el marco de la intensa Semana Cultural Falcom, en donde se llevaron a cabo muchos eventos pero, sin duda, el más poderosamente entrañable fue el homenaje que se le rindió al maestro y colega Vìctor Gil Castañeda, mejor conocido como Moy, por sus muchos años de trayectoria y su significativa contribución en la formación de estudiantes de esta Facultad.

Todos los atributos personales y profesionales de Moy fueron perfectamente bien encapsulados en el estupendo video documental que realizó Roberto Levy para la ocasión y en los comentarios vertidos por los colegas y amigos (Luis Bueno, Guille Cuevas, David Chávez, Rabí Hernández, etc) que estuvieron presentes y que de manera unánime coincidieron en que Vìctor Gil ha sido una columna vertebral de esta Facultad. En efecto, así lo es. Personalmente, yo lo que destaco de Moy es quizá lo mismo que, muy en el fondo de mí, le envidio con esa envidia de la buena que lo hace a uno más bien aprender de su magisterio: le admiro esa forma de asumir su labor docente a un nivel que está por encima de sus propios intereses y pasiones personales y profesionales.

Mientras algunos somos extremadamente celosos en el cuidado de nuestro propio proyecto profesional (en el caso mío, principalmente, como escritor), y lo cuidamos hasta el punto de quedarle a deber a nuestros estudiantes (aunque no sea deliberadamente), Moy ha antepuesto a ello su labor magisterial aunque ello haya ido en detrimento de su proyecto profesional propio, y eso en sí mismo lo convierte en un verdadero maestro en toda la extensión de la palabra. Por si esto no fuera poco, Moy es además (no podría serlo de otra manera) un hombre probo, generoso y mesurado, por eso todavía hace falta reconocerle toda la contribución que ha realizado (en obras, difusión y promoción) a la cultura y literatura regional, pues su discreción no ha permitido que ni él mismo dé a conocer en toda su magnitud la importancia que ésta tiene para nuestra tradición literaria local.

Con Moy es difícil tener diferencias porque es, particularmente, un hombre bueno y un colega prudente y respetuoso, y en todas las veces que he tratado con él he constatado que prefiere siempre retirarse del campo de batalla si éste lo pondrá en riesgo de una confrontación innecesaria y banal con quien sea. Nunca he tenido ni la más mínima discrepancia con él. Moy es un gran conciliador con un mordaz (pero siempre inocuo) sentido del humor.

Por todas estas y muchas más razones me ha dado enorme gusto que se le hayan reconocido en este homenaje todos sus atributos y la contribución que como maestro formador de muchas generaciones ha hecho para nuestra vital Facultad de Letras y Comunicación, hoy conducida con tino por la también incansable Ada Aurora Sánchez. Que vengan, pues, más maestros como Moy y que su magisterio quede grabado en las paredes de las aulas como un signo de pasión, constancia y entrega total a sus estudiantes.